El cine norteamericano lleva décadas deleitando nuestras pulsiones más primitivas con un ilimitado catálogo de películas ultrasangrientas. Analizadas en masa configuran un torrente de productos cuya consecuencia directa es la insensibilización a la violencia. Son como un curso gratuito de formación para el abandono de la más dolorosa realidad, un escape a la barbarie y la estupidez humana. Hollywood nos ha enseñado que aquello que ocurre en el cine no puede trasladarse a la vida.
A pesar de todo, en el cine de la sangre y la mísera es posible encontrar películas buenas, malas, regulares y hasta obscenas; y su catalogación está tan vinculada con la calidad artística como con la capacidad de impresionar al pobre espectador. Aunque también es cierto que el impacto producido es dependiente de la configuración emocional que caracteriza al individuo en un momento dado.
En mi particular caso, el golpe a las entrañas me sobrevino con I spit on your grave, el remake de 2010 de una película de los 70 que ya no interesa ni a los curiosos. De las secuelas que surgieron a partir de 2013 es mejor obviar cualquier referencia. La cuestión es que un tal Steven R. Monroe tuvo a bien dirigir un producto sustentando en la lógica más básica. En su caprichosa tendencia a etiquetar cualquier producto comercial, los americanos definieron un subgénero que pasará a la posteridad con la denominación rape and revenge, es decir, violación y venganza. Nuestro amigo Steven no dudó lo más mínimo, media película para la violación y media para la venganza. Sexo y violencia, ¿qué puede salir mal?
La parte relativa a la venganza es una orgía de sangre y mutilaciones dirigida con peor tino que la más floja de las películas de la saga Saw. No diré que no hay satisfacción en ver como la protagonista se tiene en mayor estima que una dama del siglo diecinueve a su reputación. El interés real del film radica en su primera parte, en una violación a cámara sostenida donde Sarah Butler, en el papel de Jennifer Hills, trasciende la vulgaridad del producto global para ofrecer una interpretación tan desgarradora como creíble, una joya perdida en la maraña de metrajes y productos sinsentido a los que hoy accedemos fácilmente vía internet. La maldita gracia reside en filmar sin compasión más de treinta minutos de violación y tortura, y hacerlo sin misericordia, sin respiro, mientras la humillación prosigue y el dolor genera un profundo vacío que te arrastra a suplicar que la escena termine de una vez por todas.
He visto la película en más de tres ocasiones, la primera aparté la vista tantas veces que ni la venganza posterior me retiró el sabor amargo de la desesperación. A partir de la segunda descubrí que el film era un producto obsceno y barato, pero el sufrimiento de Jennifer Hills tenía que asemejarse al de una víctima de verdad. Pocas veces un actor ha sido capaz de arrojarme un drama al rostro con la violencia que lo hace Sarah Butler en I spit on your grave. Que alguien le regale un papel a su altura.
La realidad es que las violaciones grupales, como la representada en la película, están vergonzosa y despreciablemente de actualidad. No nos engañemos, no es objeto del film concienciar a nadie, pero quizá sea necesario volver a visualizar la interpretación de Sarah. No nos dejemos insensibilizar ante la barbarie.
Vicente Martí Piquer
2 comments
La veremos.. Gracias
Muchas gracias, José.